-
¿Quién
es? – dije con la voz apagada. Estaba despejándome.
-
¡Buenos
días! ¿Es usted Noa?
-
Eh...
Sí...
-
Soy
el cartero. Traigo algo para usted.
-
Vale.
Suba.
“¿Quién
me habrá mandado algo? ¿Y qué será ese algo?” pensé. Llamaron al timbre. Abrí.
Me quedé pasmada, con el cartero y con lo que traía. Era un chico alto, de pelo
castaño y de ojos azules, muy atractivo. Traía un ramo de rosas enorme.
-
Aquí
tiene – me dijo y me dio el ramo, sonriendo.
-
Gracias.
-
Firme
aquí – firmé donde me indicó.
Las
rosas eran enormes, y olían muy bien. Traían una tarjeta, en la que ponía:
“Good
Morning, Beautiful” o mejor “Buenos Días, Preciosa”.
-
Alguien
la quiere mucho – me dijo el cartero con una sonrisa.
-
No
sé quién ha podido ser...
-
Pues pidió que cuidásemos muy bien el ramo. Quería que llegara
perfecto.
-
¿En
serio?
-
Hemos
hecho todo lo posible por que llegara intacto.
-
Pues
es precioso.
-
La
verdad, sí.
-
Oye,
no sabrás por casualidad quién me lo ha enviado, ¿no?
-
Lo
siento, yo sólo soy el repartidor. Me dan el paquete y la dirección.
-
Entiendo,
muchas gracias.
-
De
nada Noa – sonrió.
-
¿Cómo
sabes mi nombre?
-
Soy
el cartero, mi trabajo es saberlo jajajajaja.
-
Tienes
razón... Lo siento, es que acabo de levantarme y estoy algo dormida jajajajaja
– nos sonreímos.
-
No
te preocupes.
-
¿Y
tú cómo te llamas?
-
Soy
Louis, Louis Tomlinson. Cartero a su servicio – hizo una reverencia, como los
príncipes. Yo me reí mucho y él también.
-
Jajajajaja
eres muy divertido jajajaja
LOUIS:
-
(Después
de reírse) Bueno... Terminé mi trabajo. Este era mi último pedido.
-
Me
alegro.
-
Oye...
¿Me das tu número y hablamos?
-
De
acuerdo, apunta – le di mi número y se fue sonriendo. Era muy simpático, me caía bien.
Esto
de conocer gente se me daba bien. Era mi quinto día en Londres y ya conocía a
Christian, Ed, Simon Cowell, su amiga Pam y familia, Steve, Eric, Carl, Liam, Ruth, Nicola y Louis. Mucha gente, muchos nombres.
Miré
la hora y eran las doce menos veinte del medio día. No pensé que fuese tan
tarde. No me tomé mi Cola Cao, porque ya casi era la hora de almorzar, puesto
que allí en Londres se come antes, y debía acostumbrarme a sus horarios y
costumbres. Fui a la nevera, a ver qué había, y me la encontré casi vacía.
Así
que salí a comprar algo. Compré comida para dos o tres días. Iba por el barrio,
viendo las distintas tiendas, hasta que entré en una panadería.
-
¡Buenos
días!
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