viernes, 28 de junio de 2013

7. COMO SI TUVIESE DIEZ AÑOS

El día lo terminé volviendo a casa y acostándome en el sofá. Me dormí en él. Por la mañana, a las diez, me despertó el sonido de una llamada a mi móvil. Lo cogí. Era Simon:
Llamada telefónica:
-         ¿Simon?
-         Hola Noa, te llamo para decirte que he avisado a mi amiga Pam de que hoy irías a su casa a cuidar a su hijo. Dice que está encantada, que temía no encontrar a nadie para ello. Dice que gracias.
-         De acuerdo... – Estaba despejándome, me acababa de despertar.
-         ¿Estabas dormida?
-         ¿Eh...? ¡Ah! No, no, qué va...
-         Bueno, te llamo ahora porque no puedo llamarte en otro momento del día. Estoy muy ocupado.
-         Vale, no te preocupes.
-         Bueno, esta tarde iré a tu casa para recogerte y llevarte a la de mi amiga. Dame tu dirección.
-         De acuerdo, ¿tienes ahí para apuntar?
-         Sí, dime.
-         A ver... – le dí mi dirección.
-         Apuntado. Me pasaré por allí a las seis y media.
-         Vale, estaré lista.
-         ¡Adiós!
-         Adiós.
Fin de la llamada telefónica.
“Pues listo. Trabajo de un día, pero es trabajo” me dije a mí misma. Me arreglé, cogí algo de dinero y busqué en mi mapa algún supermercado. Como era domingo no sabía qué sitios abrían y cuáles no, así que decidí mirarlo en el móvil, y encontré un sitio que sólo cerraba los sábados y abría el resto de la semana. Fui a comprar comida y regresé. Eran las doce. Lo guardé todo y arreglé un poco la casa. Hice una tortilla de patatas y un filete de ternera. Comí mientras veía la tele. Entendía muy bien todo lo que decían. Me gustaba el hablar varios idiomas. También sabía francés, y creo que si me iba bien allí en Londres, iría a por el alemán.
Me he cruzado con varios vecinos del edificio. Todos son personas de avanzada edad, así que no había nadie que me interesase mucho, ni chicos, ni chicas, o al menos, no había visto ninguno, ni ninguna.
Me quedé viendo un programa de televisión muy interesante sobre los inmigrantes que llegaban a Inglaterra, así que se me pasó el tiempo volando. Eran las seis. No me había dado cuenta de que en media hora venía Simon a recogerme. Debía de vestirme discretamente, iba a una casa ajena. Me puse: 

Me quité el maquillaje de esta mañana y me maquillé solo un poco, no quería ir muy cargada. Las seis y cuarto. Guardé la ropa que había sacado para encontrar la que me puse al final, y comprobé que llevaba todo lo necesario para salir de casa: el móvil, las llaves, algo de dinero, cartera con documentos y algo para retocarse el maquillaje de vez en cuando. Seis y veinte. Quedaban diez minutos para que llegase Simon y no tenía nada que hacer, así que decidí salir a que me diese el aire. Estaba en la puerta del edificio, apoyada en la pared, con mi bolso, y esperando a Simon cuando de repente escuché una voz que me resultaba bastante familiar...
-         ¡Noa!
-         ¿Eh? – Miré hacia la derecha y vi a alguien corriendo hacia mí, pero no lograba distinguir quién era hasta que se acercó más...
-         ¡Noa, soy yo!
-         (Aspiré aire) ¡¡Christian!! – Grité muy alto.
-         ¡Qué casualidad!
-         ¡Sí! ¿Qué tal? ¿Cómo estás?
-         ¡Pues muy bien! Iba a casa de mi primo, ¡y mira a quién encuentro en su puerta!
-         ¿Tu primo vive aquí?
-         Sí, vive en el décimo piso.
-         ¡Yo vivo aquí! ¡En el piso quince!
-         ¡¡Quéeeeee?? ¡¡En serio??
-         El mundo es un pañuelo, como se suele decir.
-         Y tanto...
-         ¿Quieres que te abra?
-         No, gracias, ya llamo por el porterillo a mi primo, para que sepa que ya estoy aquí., que le avisé antes.
-         Ah, vale – le sonreí. Él me devolvió la sonrisa y llamó al porterillo.
-         Oye, ¿esperas a alguien? No es por ser cotilla... Es que no veo mucho sentido que estés aquí de pie sin hacer nada.
-         Sí, espero a alguien...
-         ¿Sí? – Respondieron por el porterillo.
-         ¡Abre! ¡Que soy Chris! – Le abrieron.
-         Bueno, pues... Cuando quieras te pasas, yo vivo en el quince, letra A.
-         De acuerdo, me alegro de verte, Noa.
-         Y yo... – Le sonreí tímidamente, y él me sonrió igual...
De repente, escuché el pito de un coche. Estaba mirando hacia el portal, así que me giré y vi a Simon en un coche, un bugatti veyron blanco y negro , y con la puerta del copiloto (la derecha) abierta.
-         ¡Vamos! ¡Sube!
-         ¡Wow! ¡Menudo cochazo! – Dije mientras subía.
-         Sí, es nuevo. ¿Sabías que es el coche más caro del mundo?
-   ¿En serio? Wow, sabía que te gustaban los coches, y que tenías unos cuantos, y de los buenos, pero esto ya es lo más de lo más.
-    Sí. Está genial.
-         Bueno... ¿Nos vamos?
-         ¡Claro!
Realmente, este hombre me caía tremendamente bien. Yo me lo imaginaba más serio, soso, estirado... Como aparenta en televisión, pero es todo lo contrario, un tipo amable, divertido y sincero. Le pregunté que de qué conocía a esa tal Pam, y me dijo que es la hermana de un productor muy importante, que le paga mucho dinero.
Llegamos frente a una casa-mata. Una mujer estaba en la puerta. Era Pam, la amiga de Simon.
-         ¡Hola Simon! – Dijo Pam.
-         ¿Qué tal? Esta es la chica de la que te hablaba, Noa.
-         Encantada – Le dije. Nos dimos dos besos.
-         Bueno, ¿y el peque? – Dijo Simon, intentando imitar la voz de un niño. Aquello me pareció muy gracioso, pero intenté no reírme mucho. La mujer me miraba muy seria.
-         Está ahí, viendo la tele, ¡Benjamín! ¡saluda! – La señora era una de estas pijas refinadas, que visten de marca siempre y que alguien de clase media o baja no puede hablarles, porque se ofenden. Era repulsiva, me caía fatal, y me da la impresión de que a Simon también, pero que intentaba disimular.
PAM: 
-         Qué guapo es – dije con una media sonrisa. En realidad no era ni mucho menos guapo. No sé a quién habrá salido, pero desde luego no era muy agraciado. Pobre criaturita.
BENJAMIN: 

-         ¿A que sí? Ha salido a su madre jajajajaja – jamás pensé que conocería a alguien tan... Exageradamente repelente.
-         Sí... – dije yo.
-         Bueno, cariño, aquí te dejo todo lo que tienes que hacer para que el niño se entretenga. Ahí tiene unos juguetes que le compramos ayer. El biberón se lo preparas a las ocho, con lo que hay encima de esa mesa, y también... – Me explicó todo lo que tenía que hacer, del mismo modo en el que habría que explicárselo a una niña de diez años. Me hablaba como si tuviese eso, diez años. Si no se iba ya, no iba a soportar tanta... No sabría cómo llamarlo... Si es una pija... ¿Tanta pijez? Da igual, el caso es que si no se iba...
-         Lo entiendo todo. No habrá ningún problema.
-         ¡Uy, qué chica más apañada!
-         Y... Em... ¿A qué hora volverán... Más o menos?
-         Pues a las diez, ¡a las diez y media empieza mi programa favorito! ¡Vamos, Philip!
-         ¡Ya voy, amor! – Philip era su marido. Un hombre muy gordo, de corta estatura, con barba y pelo rizados, y una voz grave e irritante. Definitivamente, no me caían bien ninguno de los dos...
PHILIP:

-         Bueno, yo me voy ya, ¡que os divirtáis! ¡Adiós Noa! – Dijo Simon mientras se subía a su coche. Se fue, y me dejó con estos dos.
-         Bueno cielo, tenemos que irnos, cuida de nuestro hijo hasta que volvamos – me dijo la señora.
-         Claro, no lo duden.
Se fueron en su coche, un Mercedes negro muy brillante. Yo me quedé con el bebé, que estaba sentado en el sofá. Un sofá enorme, de cuero, con una manta blanca por encima, de pelos largos muy suaves. La casa era enorme, y muy bonita, aunque yo prefería mil veces antes mi casa de España, que esta. Miré el reloj. Eran las siete y cuarto. ¿Qué iba a hacer hasta las diez?
Cogí mi móvil y empecé a mirar las noticias, el tiempo que iba a hacer mañana... Incluso redacté y envié un correo electrónico a mis padres y amigos, explicando lo que había hecho entre ayer y hoy, incluido el haber conocido a Simon Cowell... ¿Cómo reaccionarían al leerlo?
Eran las ocho. Preparé el biberón para el niño y se lo tomó tranquilamente. Luego se quedó dormido. Las ocho y media. Tenía todavía una hora y media por delante sin hacer nada, así que decidí poner algo en la tele, que todo el rato había estado ocupada por dibujos animados. Puse las noticias y cuando me cansé cambié de canal y puse una película que ya había empezada. La película terminó a las diez menos diez, justo a tiempo para prepararme para cuando llegase el matrimonio. Las llaves en la cerradura sonaron a las diez en punto. Esta gente se tomaba muy en serio el tema de los horarios.
-         ¿Se ha portado bien? – Preguntó la madre.
-         Es un angelito.
-         Bueno, si decidimos salir otra noche te llamamos cariño – me dijo, y yo pensé que ojala no saliesen hasta que el niño cumpliese los dieciocho.
-         De acuerdo.

-         Toma, aquí tienes el dinero que te corresponde. Buenas noches – me dijo el marido. Me dio el dinero y cerró la puerta. Esperaba no tener que volver a verme con esa gente nunca más.

jueves, 27 de junio de 2013

6. IMAGINACIONES MÍAS...

Había mucha gente, todos andando y sin mirarse unos a otros, pensando, tal vez, en lo que iban a hacer esa noche, o en algo que les hubiera pasado, quizás en su pareja o puede que en su familia. Todos mirando al frente, al suelo, algunos quietos, observando lo que tenían a su alrededor, otros escribiendo en su teléfono, a su novia, que va de camino a su casa, o a su jefe, para decirle que ya vendió aquello que algún cliente le había encargado. Todos individuales, cada uno con su vida, sin relacionarse con los demás, y yo allí en medio, sin conocer absolutamente a nadie, decidiendo a quién iba a interrumpir en lo que estuviese haciendo, para que me indicase lo que estaba buscando: algún sitio para comer. De repente un hombre, de unos 45 o 50 años, con unas gafas de sol, pasó por delante de mí y se tropezó con uno de mis pies, puesto que yo iba a andar. Casi se cae. Yo le agarré el brazo (aunque no iba a servir de mucho) y mantuvo el equilibrio, no se cayó. Le pedí disculpas (todo por su puesto en inglés, que para ello me había sacado el título en España):
-         ¡Perdone! ¿Se ha hecho daño?
-         ¡No, no! ¡Estoy bien! – dijo riéndose – pero se me han caído las gafas y se han roto – lo decía en broma, no le importaban mucho esas gafas, pero quería meterse conmigo, para ver qué hacía.
-         ¡Oh! ¡Lo siento! – me alarmé mucho, me sentía mal porque se le hubiesen roto las gafas.
-         No te preocupes, en serio. No valen mucho, me compro otras de camino a la cafetería.
-         Uff, menos mal... Oiga, ¿ha dicho que va a una cafetería?
-         Sí, ¿por qué?
-         Disculpe... Acabo de llegar de España... No he comido nada desde esta mañana... Y estaba buscando algún sitio para comer algo, ¿esa cafetería está muy lejos?
-         ¡Qué va! Está a dos calles de aquí. Si quieres puedes venir conmigo, los cafés que ponen allí están buenísimos.
-         No querría causarle molestias... – No me caía mal ese hombre, era la primera persona con la que había hablado en inglés desde que salí de aquel aeropuerto, y era muy amable.
-         ¿Qué molestias? Venga, yo te invito si quieres.
-         ¡Oh no! ¡No hace falta que me invite, gracias!
-         Bueno, no te invitaré, pero te digo que es el lugar más cercano donde poder comer algo.
-         Bueno en ese caso... Vale, ¿por dónde decía que era?
-         Está al pasar esas dos calles. Vamos.
Me guió hasta la cafetería. Tenía una entrada pequeña, pero por dentro era enorme. Casi no había nadie. Estaba muy bien decorada, me gustaba mucho, y olía muy bien.
-         Este lugar parece muy caro... – Dije pensando en que no debía de gastar mucho dinero tan de golpe, sino administrarlo hasta que consiguiese un trabajo, puesto que el único dinero que recibía era el que me mandaban mis padres todos los meses desde España, y que tenía que ir a cambiar por libras, porque me lo mandaban en euros.
-         No te preocupes... – Dijo.
Nos acercamos a la barra para pedir algo y nos sentamos en los taburetes que había libres. Él pidió un café y yo dos sándwiches y un zumo. Estaba hambrienta.
-         ¿Por qué estás aquí, en Londres?
-         Pues porque venir aquí a vivir siempre ha sido uno de mis mayores deseos, y mis padres me lo han concedido.
-         ¿Tienes trabajo? ¿O me habías dicho que acabas de llegar?
-         Eso, llegué este mediodía, así que no he tenido mucho tiempo para hacer nada... Y tengo que encontrar un trabajo lo antes posible.
-         Mmm... Oye, ¿cómo te llamas? – Preguntó.
-         Me llamo Noa, ¿y usted?
-         Yo soy Simon, Simon Cowell...
-         Oiga, usted me suena de algo... Pero no sé, nunca he estado aquí – Aquel hombre me resultaba tremendamente familiar, pero no sabía por qué – Serán imaginaciones mías...
-         Tal vez... – Me miró muy raro, no sabía qué quería decir con esa mirada, pero sí sabía que le había visto antes, en algún sitio, pero... ¿dónde?
Llegó lo que pedimos. Yo empecé a comer como si no hubiera comido en tres días. Simon se tomaba su café tranquilamente, sin soltar una palabra. Terminamos y en ese momento dijo:
-         Oye, ¿tú sabes qué programa es The X Factor?
-         The X Factor, The X Factor... – dije, en señal de que estaba pensando, entonces grité - ¡The X Factor! ¡Tú! ¡Simon Cowell! ¡No me lo puedo creer!
-         Wow, pensé que no te darías cuenta ¡jajajajaja! – Soltó una carcajada.
-         ¡Madre mía! ¿Puedo hacerme una foto con usted? ¡Por favor!
-         ¡Claro!
Nos hicimos unas fotos, me dio un autógrafo con dedicatoria y todo, y salimos de allí. Yo estaba muy emocionada y él me preguntó:
-         ¿De qué conoces el programa?
-         Lo sé todo sobre él. Un día estaba en You Tube viendo vídeos de cómo salieron los grandes artistas de hoy en día, y vi que muchos fueron a programas como este y triunfaron. Descubrí The X Factor por algunos de los videos, busqué información sobre usted, los otros jueces y el programa, y me gustó mucho, me parecía muy interesante. Soñaba con participar algún día y hacerme famosa pero hace ya tiempo, ¡años! que lo olvidé y por eso no caía cuando me lo has nombrado... Quién lo iba a decir... Me lo recuerda el mismísimo Simon Cowell...
-         ¿Viste alguna edición del programa?
-         Sí, vi la edición del 2008.
-         Bien, aquel año fueron buenas voces al programa.
-         Tienes razón, me gustaban algunos más que otros, pero todos estaban muy bien.

SIMON:

-         Bueno, ¿no decías que buscabas trabajo?
-         Eh... Sí...
-         Bien, me gustaría ofrecerte algo.
-         ¡Qué? ¡De verdad?  Se me pasaron mil ideas por la cabeza en un segundo, todas relacionadas con el programa, cuando Simon dijo:
-         Sí, tengo una amiga, que necesita a alguien que cuide a su hijo pequeño, tiene dos años.
-         Oh... – Mi desilusión fue tremenda. No me esperaba eso para nada.
-         ¿Qué tal se te dan los niños?
-         Tengo una hermana de cinco años...
-         ¿Y la cuidas?
-         Sí, mis padres me dejaban con ella muchas veces.
-         ¡Bueno pues perfecto! ¿Aceptas? Mi amiga te pagará bien.
-         Claro que acepto, ¿cómo se llama su amiga?
-         Se llama Pam. Te doy su teléfono y el mío. Apunta.
-         Vale, espera.
Saqué el móvil, apunté sus dos números y lo guardé.
-         Bien, pues si tienes algún problema me llamas. Pam necesitaba una niñera para mañana, domingo, que va a salir con su marido, ya te explicará. Es una mujer muy... Agradable.
-         De acuerdo.
-         Bueno, yo tengo que irme, me esperan. Ha sido un placer conocerte. Ojala nos veamos pronto.
-         Igualmente, gracias por las fotos y el autógrafo.
-         No hay de qué. Ya nos veremos.
-         Adiós.
-         ¡Adiós! – Giró una esquina y desapareció.


Bueno, pues había ordenado mi nueva casa, comido algo, conocido a Simon Cowell y encontrado trabajo, todo en menos de un solo día... Creo que por ahora me ha ido bien, aunque no lleve ni 24 horas en Londres. Me dí un voltio, para conocer mejor la zona. Mientras, pensaba en lo que iba a hacer al día siguiente...

miércoles, 26 de junio de 2013

5. MI NUEVO HOGAR

Al fin divisé el que sería mi nuevo hogar.

Llegué al portal. Me habían mandado las llaves por correo, así que lo único que tenía que hacer era comprobar si me habían timado o no. Introduje la llave en la cerradura y giró perfectamente. Empujé la puerta y entré en el portal. Era muy amplio y luminoso.

A la derecha estaban las escaleras, y a la izquierda un ascensor. El edificio tenía quince plantas, más un garaje, dieciséis. Yo vivía en la última, en la quince, y mi puerta era la A. Como es lógico, cogí el ascensor, que era muy lujoso.

Apreté el botón número 15, y casi no se notaba que se moviese. A los pocos segundos las puertas se abrieron. Salí y me quedé observando aquel pasillo, lleno de puertas. La mía estaba al final. Comencé a andar hasta llegar a mi muy pronto nueva vivienda. Agarré las llaves y repetí el paso que había hecho en la entrada del edificio. Cerré los ojos y empujé la puerta lentamente hasta que se abrió por completo. Mi corazón iba a cien. Abrí los ojos y entré lentamente, fijándome en todos los pequeños detalles de la entrada. A la derecha se abre un amplio salón, muy luminoso.
SALÓN:
A la izquierda hay una puerta, el dormitorio principal.
DORMITORIO PRINCIPAL:
Más a delante, también a la izquierda, se abre la cocina.
COCINA:
Justo en frente de ésta, a la derecha, está el baño.
BAÑO:
Al final se encuentran, a la derecha, otro dormitorio, más pequeño que el principal.
DORMITORIO MÁS PEQUEÑO:
Y a la izquierda, un pequeño despacho.
DESPACHO:

Sinceramente, me gustaba mucho el diseño de la casa. Algunos suelos tenían parqué y otros no. Todo era muy moderno y las vistas eran increíbles. Podía verse el Big Ben desde muy cerca. La verdad, el apartamento es más de lo que me esperaba. No creía que estuviese tan bien como se veía en las fotos por internet, cuando lo estábamos comprando, pero me equivocaba, y me alegro.

Después de echarle un vistazo a la casa, dejé las maletas en mi dormitorio y cogí el móvil. Llamé a mis padres.
Llamada telefónica:
-         ¿Noa?
-         ¡Papá! ¡Estoy en Londres!
-         ¡Siiiii! ¡Estás en Londres! ¡Jajajajajajajaja! – se escucharon las risas de los demás.
-         ¿Quién está ahí?
-         ¡Todos! Mamá quiere hablar contigo.
-         Vale pásamela.
-         Te quiero.
-         Y yo.
Hubo un silencio muy corto.
-         ¡Noa!
-         ¡Mamá!
-         ¿Qué? ¿Cómo es aquello? ¡Detalles de todo!
-         Oh, mamá, ojala estuvierais aquí. ¡Todo es precioso! Las calles, los edificios...
-         ¿Viste algún autobús?
-         No, todavía no, pero no te preocupes, ¡veré unos pocos!
-         Yo me alegro muchísimo, de verdad, te quiero.
-         Gracias, dale besos a todo el mundo de mi parte, tengo que colgar ¡que la llamada cuesta dinero!
-         ¡Uy, es verdad! ¡Venga, cuelga! ¡Te queremos!
-         ¡Y yo! ¡Adiós!
Fin de la llamada telefónica.

“Bien, ahora toca organizarse” pensé. Y en efecto, tenía que organizar muchas cosas, debía guardar toda mi ropa y utensilios en su lugar, y también debía encontrar trabajo, ¿qué iba a hacer todo el día si no buscaba una distracción? Pero lo de encontrar trabajo más tarde. Ahora a deshacer las maletas. Saqué todo lo que había en ellas y empecé a guardarlo todo rápidamente. Encontré un sitio para todo. Al terminar de ordenar me senté en el sofá y me tumbé, conecté los auriculares al móvil, puse la música baja y me dormí. No me costó mucho. Estaba muy cansada por el viaje. Eran alrededor de las cinco de la tarde y no había comido nada desde el Cola Cao de esta mañana, así que el hambre empezó a surtir efecto a eso de las seis menos cuarto. Mi estómago no aguantaba más. Me desperté y me decidí a salir a comer algo, ya que en la casa no había ni una triste migaja de galleta. Me arreglé un poco, aunque ya estaba vestida. Cogí mi bolso, asegurándome de que llevaba lo necesario: móvil, dinero. Salí por la puerta y cerré con llave. Bajé en el ascensor y salí por el portal. Lo primero que tenía que hacer era preguntarle a alguien por dónde había un sitio para comer, como una cafetería, por ejemplo, pero ¿a quién se lo iba a preguntar?

4. EL CHICO PERFECTO

Miré por la ventana, veía cómo la tierra se movía debajo de nosotros. Me gustaba observar las nubes y verlas alejarse. Parecía que el chico que estaba junto a mí no quería hablar, suponía que era tímido. Pero entonces, y sin más esperarlo, dijo:
-         Eh, ¿Cómo te llamas? – Por la manera en la que me lo preguntó, empecé a dudar de su timidez.
-         Me llamo Noa, ¿y tú?
-         Soy Christian, pero mis amigos me llaman Chris.
-         Así que Chris, ¿eh?
-         Hey, yo aún no te he dicho que me puedas llamar así... – No se si lo decía de broma o en serio...
-         Em... Vale, entonces... Christian, ¿está bien? ¿O también tienes alguna pega? – Le dije en tono de broma.
-         Mmm... Creo que no, llámame de otra forma – Iba en broma. Se le notaba, tenía una mirada... Indescriptible, simplemente, te miraba y no hacían falta palabras. Lo decía todo...
-         Bueno, ¿y entonces cómo? ¿Eustaquio? ¿Wenceslao? ¿Abelardo?
-         Jajajajajaja, sí, sí, ¡ese último!
-         ¿Abelardo entonces? Jajajajajaja
-         ¿Oye y de dónde sacas esos nombres? Nunca los había oído jajaja – Ya estaba “en plan cachondeo”. Se notaba que era buena persona, además era muy gracioso. Con todo lo que decía, te tenías que reír. Al final, me dejó que le llamase Christian, me gustaba más que Chris. Hicimos buenas migas. Nos llevábamos bastante bien, y eso que sólo llevábamos juntos un rato.
Era un chico alto, pelo moreno claro, ojos verdes muy intensos, dientes perfectos, piel clara, y si le añades su personalidad, podría decirse que es “el chico perfecto”.

CHRISTIAN:

-         Bueno, y, em... ¿Por qué vas en este avión? – Pregunté, ya que se nos habían acabado los temas de conversación, y hubo un momento silencioso, un tanto incómodo.
-         Pues mira, mis padres están separados. Mi padre vive en Londres, y mi madre en Málaga, así que todos los veranos me voy a Londres con mi padre, y el resto del año vivo con mi madre. ¿Y tú?
-         Llevo toda mi vida queriendo ser independiente, y finalmente mis padres me han dado esta oportunidad.
-         Wow, menudas oportunidades. Yo le digo a mi madre que quiero ser independiente y lo que hace es ignorarme y decirme algo como: “¿Qué? Sí, sí, ya me compré los pendientes”. Así que tienes mucha suerte – Y me sonrió. Su sonrisa era muy bonita, pero su mirada aún más.
De repente se escuchó decir a las azafatas que íbamos a aterrizar, así que nos preparamos. Al llegar a tierra volví a sentir una sensación extraña, parecida a cuando despegamos. Christian y yo nos levantamos y salimos por la misma puerta. Nos dirigimos hacia donde nos indicaban las azafatas hasta que llegamos al lugar en el que íbamos a recoger nuestro equipaje. Era una enorme cinta transportadora, que daba vueltas continuamente y sin descanso, llevando encima el equipaje de las personas que volaban en nuestro vuelo. Yo encontré mis dos maletas rápido. Las coloqué en el suelo y rápidamente saqué mi móvil. Eché un par de fotos al aeropuerto, y otro par de fotos a Christian. Parece que se lo tomó bien, porque empezó a poner caras raras, y graciosas. Cuando iba a guardar mi móvil, Christian me cogió la mano y me dijo:
-         Espera, ¿no vas a apuntar mi número?
-         Ah sí, claro, dime.
Christian me dijo su número, lo agregué a contactos y guardé el móvil en mi bolso, que había llevado conmigo durante todo el trayecto.
Mis dos maletas tenían ruedas así que podía llevarlas sin problemas. Abrí las asas y agarré cada una con una mano. Christian encontró su maleta en ese momento. Era roja, pequeña, y con ruedas, como las mías.
Yo había alquilado un taxi antes de venir, así que se supone que debía de haber un hombre con un cartel con mi nombre, buscándome por allí. Yo empecé a mirar por todas partes, a ver si veía a alguien con dichas características, pero no veía a nadie. Christian se dio cuenta y me preguntó:
-         ¿Buscas a alguien?
-         Sí, alquilé un taxi, así que tiene que haber alguien buscándome para llevarme, de esos que van con los carteles, como en las películas.
-         ¿Y qué pasa si no aparece?
-         Pues entonces... No había pensado en eso.
De repente, mi móvil sonó, había recibido un mensaje en el que ponía lo siguiente:
“Noa, soy John, tu taxista. Tuve un accidente de camino al aeropuerto. Un coche se me cruzó por delante. Estoy en el hospital. Me encuentro bien, pero no podré ir a recogerte. Lo siento de verdad.”
Mi expresión cambió totalmente. Puse una cara de preocupación tremendamente expresiva y, por lo tanto, Christian se alarmó y me dijo:
-         ¿Estás bien? ¿Ocurre algo?
-         Mi taxista... Ha tenido un accidente, no puede venir a recogerme... ¿Ahora qué hago?
-         Oye, si quieres yo... – De repente sonó su móvil. Le estaban llamando. Descolgó y empezó a hablar.
-         ¿Sí?  ..........  Ah, hola papá  ..........  ¿Qué? Oye esto se corta, repite  ..........  Em... ¿Ya?  .......... Oye papá, mira... ¡Pero escucha! ¡Espera! ¡No cuelgues! – Colgó.
-         Em... ¿qué te ha dicho? – Pregunté curiosa.
-         Me ha dicho que tengo que ir inmediatamente, le iba a preguntar si podía venir él a recogernos, pero no me ha dado tiempo porque “se le quemaban los macarrones”...
-         Oye, pero... No hace falta que me lleve a mí...
-         ¿Qué? ¡no te voy a dejar aquí si no sabes donde ir! – Se nota que estaba preocupado por mí.
-         Que nooooo, que no hace faltaaaaa, para algo me han dejado venir sola.
-         Claro, pero ellos no contaban con que tu taxista tendría un accidente.
-         Da igual, en serio, sé cuidar de mí misma.
-         No me fío de ti... Tú no sabes cómo es la gente aquí... Algunos barrios son muy bonitos, y la gente es agradable, pero en otros... Es como otro mundo. Todo lo contrario. Y tú no sabes andar por esas calles.
-         ¿Qué? Quieres ser mi guardaespaldas, ¿no?
-         Pues claro.
-         Pues yo te lo agradezco pero – agarré las dos maletas, que había soltado antes al recibir el mensaje del taxista – no hace falta – empecé a andar, y a tirar de las maletas, mientras Christian venía detrás mía. No quería que me fuera sola.
-         Te vas a arrepentir... – Dijo, se ve que hablaba en serio, pero yo no quería causarle molestias, así que no cedí.
-         Christian, tu padre te espera en casa... ¡Tus macarrones te esperan en casa!
-         Bueno, pues ya sabes, si te pierdes o no sabes a donde ir, me llamas inmediatamente – Y me guiñó el ojo. Se dio la vuelta y se fue andando, con su maleta.
Yo busqué en mi bolso un mapa que me había impreso cuando estaba en España. Me situé en el aeropuerto y busqué la calle de mi futuro apartamento. Me costó un poco pero la encontré y tracé mentalmente un camino para llegar hasta allí. Salí del aeropuerto, con mis dos maletas, y el mapa arrugado en una de mis manos. Me detuve un segundo para ver por dónde tenía que ir primero, y aproveché para sacar algunas fotos de las calles y los edificios. Seguí mi camino. Las caras de la gente no eran muy diferentes a las que había por España. Había de todo: gente de color, asiáticos, gente muy pálida, gente muy morena... Un popurrí de personas, todas andando, en coche, en bici, en moto... Pero eso sí, había muchas más personas que en España. Las calles estaban repletas de gente. Era un agobio tremendo, al menos para mí. No estaba acostumbrada, pero tenía que adaptarme si quería vivir allí.