El día
lo terminé volviendo a casa y acostándome en el sofá. Me dormí en él. Por la
mañana, a las diez, me despertó el sonido de una llamada a mi móvil. Lo cogí.
Era Simon:
Llamada telefónica:
-
¿Simon?
-
Hola Noa, te llamo para decirte que he
avisado a mi amiga Pam de que hoy irías a su casa a cuidar a su hijo. Dice que
está encantada, que temía no encontrar a nadie para ello. Dice que gracias.
-
De acuerdo... – Estaba despejándome, me
acababa de despertar.
-
¿Estabas dormida?
-
¿Eh...? ¡Ah! No, no, qué va...
-
Bueno, te llamo ahora porque no puedo
llamarte en otro momento del día. Estoy muy ocupado.
-
Vale, no te preocupes.
-
Bueno, esta tarde iré a tu casa para
recogerte y llevarte a la de mi amiga. Dame tu dirección.
-
De acuerdo, ¿tienes ahí para apuntar?
-
Sí, dime.
-
A ver... – le dí mi dirección.
-
Apuntado. Me pasaré por allí a las seis
y media.
-
Vale, estaré lista.
-
¡Adiós!
-
Adiós.
Fin de la llamada telefónica.
“Pues
listo. Trabajo de un día, pero es trabajo” me dije a mí misma. Me arreglé, cogí
algo de dinero y busqué en mi mapa algún supermercado. Como era domingo no
sabía qué sitios abrían y cuáles no, así que decidí mirarlo en el móvil, y
encontré un sitio que sólo cerraba los sábados y abría el resto de la semana. Fui a comprar comida y regresé. Eran las doce. Lo guardé todo y arreglé un poco la casa. Hice una
tortilla de patatas y un filete de ternera. Comí mientras veía la tele. Entendía
muy bien todo lo que decían. Me gustaba el hablar varios idiomas. También sabía
francés, y creo que si me iba bien allí en Londres, iría a por el alemán.
Me he
cruzado con varios vecinos del edificio. Todos son personas de avanzada edad,
así que no había nadie que me interesase mucho, ni chicos, ni chicas, o al
menos, no había visto ninguno, ni ninguna.
Me
quedé viendo un programa de televisión muy interesante sobre los inmigrantes
que llegaban a Inglaterra, así que se me pasó el tiempo volando. Eran las seis.
No me había dado cuenta de que en media hora venía Simon a recogerme. Debía de
vestirme discretamente, iba a una casa ajena. Me puse:
Me
quité el maquillaje de esta mañana y me maquillé solo un poco, no quería ir muy
cargada. Las seis y cuarto. Guardé la ropa que había sacado para encontrar la
que me puse al final, y comprobé que llevaba todo lo necesario para salir de
casa: el móvil, las llaves, algo de dinero, cartera con documentos y algo para
retocarse el maquillaje de vez en cuando. Seis y veinte. Quedaban diez minutos
para que llegase Simon y no tenía nada que hacer, así que decidí salir a que me
diese el aire. Estaba en la puerta del edificio, apoyada en la pared, con mi
bolso, y esperando a Simon cuando de repente escuché una voz que me resultaba
bastante familiar...
-
¡Noa!
-
¿Eh?
– Miré hacia la derecha y vi a alguien corriendo hacia mí, pero no lograba
distinguir quién era hasta que se acercó más...
-
¡Noa,
soy yo!
-
(Aspiré
aire) ¡¡Christian!! – Grité muy alto.
-
¡Qué
casualidad!
-
¡Sí!
¿Qué tal? ¿Cómo estás?
-
¡Pues
muy bien! Iba a casa de mi primo, ¡y mira a quién encuentro en su puerta!
-
¿Tu
primo vive aquí?
-
Sí,
vive en el décimo piso.
-
¡Yo
vivo aquí! ¡En el piso quince!
-
¡¡Quéeeeee??
¡¡En serio??
-
El
mundo es un pañuelo, como se suele decir.
-
Y
tanto...
-
¿Quieres
que te abra?
-
No,
gracias, ya llamo por el porterillo a mi primo, para que sepa que ya estoy
aquí., que le avisé antes.
-
Ah,
vale – le sonreí. Él me devolvió la sonrisa y llamó al porterillo.
-
Oye,
¿esperas a alguien? No es por ser cotilla... Es que no veo mucho sentido que
estés aquí de pie sin hacer nada.
-
Sí,
espero a alguien...
-
¿Sí? – Respondieron por el porterillo.
-
¡Abre!
¡Que soy Chris! – Le abrieron.
-
Bueno,
pues... Cuando quieras te pasas, yo vivo en el quince, letra A.
-
De
acuerdo, me alegro de verte, Noa.
-
Y
yo... – Le sonreí tímidamente, y él me sonrió igual...
De
repente, escuché el pito de un coche. Estaba mirando hacia el portal, así que
me giré y vi a Simon en un coche, un bugatti veyron blanco y negro , y con la puerta del
copiloto (la derecha) abierta.
-
¡Vamos!
¡Sube!
-
¡Wow!
¡Menudo cochazo! – Dije mientras subía.
-
Sí, es nuevo. ¿Sabías que es el coche más caro del mundo?
- ¿En serio? Wow, sabía que te gustaban los coches, y que tenías unos cuantos, y de los buenos, pero esto ya es lo más de lo más.
- Sí. Está genial.
-
Bueno...
¿Nos vamos?
-
¡Claro!
Realmente,
este hombre me caía tremendamente bien. Yo me lo imaginaba más serio, soso,
estirado... Como aparenta en televisión, pero es todo lo contrario, un tipo
amable, divertido y sincero. Le pregunté que de qué conocía a esa tal Pam, y me dijo que es la hermana de un productor muy importante, que le paga mucho dinero.
Llegamos
frente a una casa-mata. Una mujer estaba en la puerta. Era Pam, la
amiga de Simon.
-
¡Hola
Simon! – Dijo Pam.
-
¿Qué
tal? Esta es la chica de la que te hablaba, Noa.
-
Encantada
– Le dije. Nos dimos dos besos.
-
Bueno,
¿y el peque? – Dijo Simon, intentando imitar la voz de un niño. Aquello me
pareció muy gracioso, pero intenté no reírme mucho. La mujer me miraba muy
seria.
-
Está
ahí, viendo la tele, ¡Benjamín! ¡saluda! – La señora era una de estas pijas
refinadas, que visten de marca siempre y que alguien de clase media o baja no
puede hablarles, porque se ofenden. Era repulsiva, me caía fatal, y me da la
impresión de que a Simon también, pero que intentaba disimular.
PAM:
-
Qué
guapo es – dije con una media sonrisa. En realidad no era ni mucho menos guapo. No sé a quién habrá salido, pero desde luego no era muy agraciado. Pobre criaturita.
BENJAMIN:
-
¿A
que sí? Ha salido a su madre jajajajaja – jamás
pensé que conocería a alguien tan... Exageradamente repelente.
-
Sí...
– dije yo.
-
Bueno,
cariño, aquí te dejo todo lo que tienes que hacer para que el niño se
entretenga. Ahí tiene unos juguetes que le compramos ayer. El biberón se lo
preparas a las ocho, con lo que hay encima de esa mesa, y también... – Me
explicó todo lo que tenía que hacer, del mismo modo en el que habría que
explicárselo a una niña de diez años. Me hablaba como si tuviese eso, diez
años. Si no se iba ya, no iba a soportar tanta... No sabría cómo llamarlo... Si
es una pija... ¿Tanta pijez? Da igual, el caso es que si no se iba...
-
Lo
entiendo todo. No habrá ningún problema.
-
¡Uy,
qué chica más apañada!
-
Y...
Em... ¿A qué hora volverán... Más o menos?
-
Pues
a las diez, ¡a las diez y media empieza mi programa favorito! ¡Vamos, Philip!
-
¡Ya
voy, amor! – Philip era su marido. Un hombre muy gordo, de corta estatura, con
barba y pelo rizados, y una voz grave e irritante. Definitivamente, no me caían
bien ninguno de los dos...
PHILIP:
-
Bueno,
yo me voy ya, ¡que os divirtáis! ¡Adiós Noa! – Dijo Simon mientras se subía a
su coche. Se fue, y me dejó con estos dos.
-
Bueno
cielo, tenemos que irnos, cuida de nuestro hijo hasta que volvamos – me dijo la señora.
-
Claro,
no lo duden.
Se
fueron en su coche, un Mercedes negro muy brillante. Yo me quedé con el bebé, que estaba sentado en el sofá. Un sofá enorme,
de cuero, con una manta blanca por encima, de pelos largos muy suaves. La
casa era enorme, y muy bonita, aunque yo prefería mil veces antes mi casa de
España, que esta. Miré el reloj. Eran las siete y cuarto. ¿Qué iba a hacer
hasta las diez?
Cogí
mi móvil y empecé a mirar las noticias, el tiempo que iba a hacer mañana...
Incluso redacté y envié un correo electrónico a mis padres y amigos, explicando
lo que había hecho entre ayer y hoy, incluido el haber conocido a Simon Cowell...
¿Cómo reaccionarían al leerlo?
Eran
las ocho. Preparé el biberón para el niño y se lo tomó tranquilamente. Luego se
quedó dormido. Las ocho y media. Tenía todavía una hora y media por delante sin
hacer nada, así que decidí poner algo en la tele, que todo el rato había estado
ocupada por dibujos animados. Puse las noticias y cuando me cansé cambié de
canal y puse una película que ya había empezada. La película terminó a las diez
menos diez, justo a tiempo para prepararme para cuando llegase el matrimonio.
Las llaves en la cerradura sonaron a las diez en punto. Esta gente se tomaba
muy en serio el tema de los horarios.
-
¿Se
ha portado bien? – Preguntó la madre.
-
Es
un angelito.
-
Bueno,
si decidimos salir otra noche te llamamos cariño – me dijo, y yo pensé que
ojala no saliesen hasta que el niño cumpliese los dieciocho.
-
De
acuerdo.
-
Toma,
aquí tienes el dinero que te corresponde. Buenas noches – me dijo el marido. Me
dio el dinero y cerró la puerta. Esperaba no tener que volver a verme con esa
gente nunca más.
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